Lo que García Marquez no contó

Según comadreo, hecho leyenda en Aracataca de tanto repetirse, el genio de Gabo pensaba escribir una nueva novela inspirado en la moral de Talleyrand, el ubicuo Abad de Périgod en tiempos de la revolución francesa, quien tenía por axioma “si es posible está hecho; si es imposible lo haremos”.

También los cataqueros repetían que en su novela imaginaria, Gabo, rumiaba encabezar con el siguiente non sancto prólogo: “En este mundo gobernado por charlatanes e incapaces, dominado por gente con poco escrúpulos, puede encontrarse a solitarios políticos que hallaran algunas cosas que chocaran sus sentimientos de la dignidad, pero no mucho que pudieran ofender su moral. Era una época de corrupción general en Macondo, y para quienes se dedicaban a la política, se admitía como natural una recompensa sólida y elevada por sus molestias.

El hecho de obtener puestos remunerativos o dádivas efectivas que representaban cuantiosas ganancias, no significaba que hubiesen vendido sus conciencias, sino, simplemente, que exigían un buen pago por un buen trabajo. Como muchos otros sistemas poco morales, este hábito siguió adelante bastante bien hasta que terminó, como era lógico de esperarse, cuando la costumbre degeneró en un descaro escandaloso”.

Pasó como en nuestra Argentina con los sobreprecios de la obra pública, los retornos de los Sueños Compartidos y las bolsas de dólares arrojadas subrepticiamente una madrugada en un convento sin la consabida habilitación eclesiástica. Y este tipejo José López, el de las bolsas voladoras, que en sus afanes afanó por años sin que supuestamente nadie se diera cuenta, debió actuar por algún secreto mandato para exigir sobreprecios, y a diferencia de otros coimeros que se apropiaban de mil, él lo hacía por millones pues debía repartir.

No es posible, ni se puede intentar, defensa alguna de quienes han transformado su situación política en una empresa de ganancias privadas, y si la excusa de la corrupción en este tiempo resulta amortiguada, es por el hecho de que en verdad existen hombres y mujeres de la política que demostraron ser capaces de elevarse por encima del nivel moral que los rodea, estableciendo un ejemplo saludable y alentador para las generaciones futuras (léase hijos y nietos).

Estoy seguro que el libro que no escribió sobre la inmoralidad de los corruptos, por su entramado morboso, hubiera superado a Cien años de soledad.

No obstante, yo, como inveterado creyente de posibles redenciones de la política y de los políticos, al límite de que me acusen gil, abrigo la esperanza de futuros cambios saludables para nuestra Argentina, como anhelarán los siempre ilusionados setentistas, cuando nuestro diario devenir transcurre parsimonioso y plácidamente en el recontra recodo de la vida.

Por Rubén Emilio García
Veterinario

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